Por. Samanta Valeria García Ledezma.
Era
un espacio sucumbido por el tiempo, solo quedaban cimientos deteriorados, acero
corroído por la intemperie. Llegamos ese día a reconstruir ilusiones relegadas,
una comunidad había perdido la esperanza de ver edificada su iglesia.
Una
vez envueltos en el entorno nos apoderamos del espacio, empezamos a tejer la quimera del lugar. Una creación en equipo, niño a niño conectaba sus utopías
como miembros de una comunidad que volvía a brillar espiritualmente. Cada vez
se formaba una estructura más sólida nos enredábamos, avanzábamos, saltábamos,
encontrábamos nudos, llegamos a andar en cuclillas, otros gateaban, tirábamos
los hilos, casi rozábamos las pomposas nubes, alcanzábamos nuevas alturas,
dimensiones, soportes, cortábamos; podía ser el fin de un hilo, empezaba el comienzo
de otro, se tejía un nuevo camino.
Teníamos
la reconstrucción de nuestro cosmos, lo
contemplamos satisfechos con nuestro trabajo, el siguiente paso fue hacer uso
de él, el eco de nuestras voces clamando plegarias llegaba a cada recóndito
espacio.
Fuimos dejando las líneas de nuestros hilos por donde cruzamos.
Sábado a los siete días del mes de febrero de 2015, en el Centro poblado de Santa Bárbara.